HASTA LA CIMA DEL MULHACÉN

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El Mulhacén se encuentra en Sierra Nevada y con una altitud de más de 3.400m es el pico más alto de la Península Ibérica. Sierra Nevada tiene categoría de Parque Nacional y Parque Natural, incluido uno dentro del otro, debido a la gran riqueza de fauna y flora.  Existen muchas especies endémicas (esto quiere decir exclusivas de la zona) de mariposas y escarabajos, así como una bonita planta llamada la estrella de las nieves que nos acompañó en gran parte del recorrido. He subido dos veces el Mulhacén, pero la primera vez se me quedó marcada por la de cosas impresionantes que vi y descubrí. Formaba parte de un equipo de un voluntariado para marcar el camino que sube hacia la cima desde Trevélez.

Era verano, por lo que la subida sería más fácil que en invierno y dejaríamos el camino marcado para cuando llegara la nieve y los alpinistas hicieran la subida más difícil. Aún siendo verano encontramos grandes neveros (acumulaciones de nieve gracias a la forma del terreno y a la sombra que suele darle). Aunque teníamos una desventaja en la subida: íbamos cargados de herramientas y material para marcar.

Programamos la subida y vuelta en dos días: el primer día ascenderíamos y haríamos noche a más de 2000 m de altura en un vivac. Hasta el año 1194 se podía llegar a la cima en coche, pero a día de hoy es imposible, pero es posible ascender en un solo día caminando desde Capileira o Trevélez. Además hay una bonita romería en verano en la que de noche suben desde el pueblo hasta Siete Lagunas, donde amanecen y algunos continúan hasta la cima.

Si se sube por Trevélez, el camino que a nosotros nos interesaba, durante el primer tramo estaremos acompañados de vegetación, hasta que el terreno empieza a volverse más árido conforme ascendemos. La parte más dura  para mí fue la ascensión de las chorreras negras, una zona más empinada con una bonita cascada, aunque me costó más el descenso por el vértigo que me daba ir mirando hacia abajo. Conforme se asciende notamos como el oxígeno empieza a faltar, especialmente en los últimos metros, pero el subidón de adrenalina de la cima merece la pena!

El vivac (dormir sólo refugiados en nuestro saco de dormir, sin tienda de campaña ni ningún tipo de techo) fue BRUTAL. Descubrí la cantidad de estrellas que realmente existen en el cielo. era la primera vez que dormía a esa altitud, sin ningún tipo de contaminación lumínica, con sólo el silencio de la naturaleza. Bueno, un silencio interrumpido cuando un escorpión se acercó a nosotros y alguien gritó, y de nuevo interrumpido cuando los zorros se acercaron a nuestras mochilas a robar comida.

Tuvimos que usarlas de almohada para protegerlas, pero si encendíamos las linternas e iluminábamos a nuestro alrededor se veían pares de ojos que nos observaban… De repente a media noche escuchamos unos truenos, vimos rayos en la lejanía: se había formado una tormenta que según nuestro guía, Pedro, nos alcanzaría en breve y nos congelaría los sacos. En cuestión de 5 minutos estábamos con los sacos enrollados (creo que si ahora mismo me pongo no sería capaz de recoger tan rápido), y con todo cargado en nuestras espaldas para ir a un refugio a esperar la tormenta pasar. Podíamos intentar hacer el descenso a oscuras, pero si nos cogía una tormenta fuerte por el camino se podría complicar la situación, por ellos optamos por votación ir al refugio.

 

Justo cuando estábamos llegando (a todo correr) al refugio nos cogió la tormenta, así que, llegar a cuatro paredes de rocas que conformaban una habitación de pocos metros cuadrados, con el techo derrumbado y en la que sólo se cabía sentado, fue un gran alivio. De hecho el techo casi se derrumba estando nosotros dentro… no ganábamos para sobresaltos. Encendimos una velita que algún montañero habría dejado anteriormente en el refugio, para alumbrar, porque nos daba miedo dormir con un techo nada estable, y quedaban sólo un par de horas para amanecer. 

Cuando al fin amaneció todo lo vimos con otro color. A medio día decidimos parar el marcaje, y subir a los pocos días de nuevo hasta la altura donde lo habíamos dejado porque tras la noche el desgaste era notable en todo el grupo. De hecho llegando a Trevélez mi cuerpo necesitó una ampolla de azúcar para aliviar el bajón que llevaba.

Cuando llegamos a nuestro hotel, me pusieron el pescado más rico que he probado nunca, o eso me pareció a mi.

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