No hace muchos años que se está estudiando el trastorno por déficit de naturaleza, que ya se ha demostrado afecta al ser humano. Vivir en ciudades donde no se respetan zonas verdes provoca este trastorno, que en el caso de lxs niñxs es especialmente preocupante porque afecta incluso al desarrollo cognitivo.
Entre otras consecuencias, este trastorno provoca déficit de vitamina D (al no pasar suficiente tiempo bajo luz del sol que la sintetiza), se relaciona con otros trastornos como el TDAH, aumentan las tasas de sobrepeso y asma, provoca un menor uso de los sentidos, dificultades de atención, y en resumen mayor tasa de enfermedades física y emocionales. Hay muchos estudios que ya comienzan muestran correlación directa entre la presencia de naturaleza y un bienestar físico y mental.
Por ejemplo, un estudio examinó la relación entre los espacios verdes en barrios y la memoria espacial de 4.758 niños de 11 años que vivían en áreas urbanas de Inglaterra. El resultado mostró que los barrios con menos espacios verdes (se medía la cobertura por imagen satélite) estaba relacionada con menos memoria espacial desarrollada en los niños que vivían en ellos.
Otro ejemplo es un estudio de 2019, en el que se estudia la relación entre la densidad de árboles próximos a las escuelas y los resultados académicos de 624 estudiantes en Estados Unidos. Como podréis imaginar, los resultados de los estudiantes en aquellas zonas de más densidad de árboles era mejor.
Y no sólo la presencia, otro estudio, llevado a cabo en Michigan, estudió cómo afectaba las vistas a naturaleza desde los edificios de las escuelas (árboles que se ven desde las ventanas, vistas a jardines…), y de nuevo la presencia de estas vistas repercutía positivamente en los resultados académicos, y a la misma vez estaba inversamente relacionado con comportamientos antisociales.
Además, también hay resultados de estudios que observan los efectos a largo plazo, que demuestran que una mayor exposición a espacios verdes en tornos a las zonas residenciales durante la vida, aunque especialmente en la infancia, se asocian con un mejor funcionamiento cognitivo y densidad cerebral.
Pero podemos ir más allá: aprender rodeados de naturaleza disminuye la frecuencia cardíaca y reduce los niveles de cortisol. Entornos educativos en presencia de naturaleza generan algunos efectos indirectos, como contextos tranquilos, silenciosos y seguros que facilitan las relaciones sociales más cooperativas, el juego creativo autodirigido, y aumentan la concentración, el compromiso y la autodisciplina para mejorar el aprendizaje.
Esto nos debería llevar a tener en cuenta a la naturaleza de forma transversal en las instituciones educativas, no siendo sólo materia de “Conocimiento del Medio”, “Ciencias de la Naturaleza”, o como se la denomine según la normativa educativa vigente, sino que se debe de tener en cuenta desde el diseño de las propias instalaciones, hasta la aplicación en el aula como una herramienta que fomente un espacio para el aprendizaje.
El diseño de los patios donde salen al recreo, la decoración de las aulas, e incluso las zonas residenciales donde los niños y niñas pasan su tiempo libre después del colegio está directamente relacionado. El contacto con la naturaleza tiene claros beneficios a todos los niveles. Y aunque estemos hablando de niñxs porque en su desarrollo va a tener una importancia crucial, esto es aplicable a adultos por la teoría de la biofilia: pasar tiempo y estar en contacto con la naturaleza nos hace bien.
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Imágenes: canva