No venimos del mono, o no tal como los conocemos hoy en día, lo que tenemos es un ancestro común con él, parecido pero no exactamente iguales a los monos que hoy conocemos.
La teoría de la selección natural de Charles Darwin dice que entre los individuos más adaptados a las condiciones ambientales, los más fuertes sobreviven y los débiles no llegan a reproducirse. Así las características del más fuerte se consiguen perpetuar y las menos favorables desaparecen.
Los seres vivos por tanto, como individuos no se adaptan, sino que los cambios o las condiciones del medio ambiente hacen que se seleccionen los mejores. Por ejemplo, si pensamos en el cuello de la jirafa, lo tienen así de largo para alcanzar las hojas más frescas y verdes, así cuanto más largo tengan el cuello más comerán y más sanas y fuertes estarán. No por estirar mucho su cuello van a alargarlo tanto, ni la musculatura que puedan desarrollar la hereda la descendencia. Sin embargo, las que tengan el cuello más largo comerán más, estarán más fuertes, resistirán mejor a enfermedades y se reproducirán con más probabilidad que las de cuello corto que comerán menos. Con el paso de muchos años se irán seleccionando siempre las de cuello más largo, hasta llegar a la jirafa de nuestros días.
Si volvemos a los monos, es cierto que en algún momento tuvimos un ancestro común, un familiar lejano que la evolución llevó por varios caminos. Imaginemos ahora una isla en la que vive un reptil de hábitos terrestres. Si de repente se produce una inundación en esta, algunos reptiles que sabían trepar muy bien por los árboles se suben a estos, y por otro lado algunos que sabían nadar sobreviven nadando. Si estas inundaciones se hacen constantes, puede que los que viven escalando en los árboles se reproduzcan entre sí, y los que lo hicieron nadando en el agua se reproduzcan entre sí. Probablemente con el tiempo se acaben diferenciando en dos reptiles diferentes, unos expertos trepadores y otros acuáticos. En todo esto claro, entra siempre el azar y es lo que ocurre con nuestra relación con el resto de primates. La evolución no es una escalera o una línea como nos solemos imaginar, sino un árbol de muchas ramas en el que se van diferenciando las especies.
Gracias a los avances en los estudios de la genética y el registro fósil, el neodarwinismo ha dado las pistas necesarias para poder realizar estos árboles filogenéticos, que nos indican en qué momento nos separamos de nuestros compañeros primates.