Sobre el ficus de San Jacinto (Sevilla)

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Foto: Diario de Sevilla / JUAN CARLOS VÁZQUEZ OSUNA

En 1913, los frailes dominicos que llegan a Sevilla traen consigo un regalo desde Puerto Rico: un ficus que siembran en la iglesia de San Jacinto, en el barrio de Triana. Hoy se ha talado.

A día de hoy, este vecino de más de un siglo es ya parte del  patrimonio natural de Triana y de Sevilla. Pero como cualquier anciano, tiene sus achaques y necesita de cuidados. Igual que cuando nos encontramos con patrimonio histórico, como es la Iglesia de San Jacinto que tiene de vecina, a la que también hay que cuidar.

En las condiciones de mantenimiento que el árbol se encontraba ciertamente era un riesgo y un peligro para la seguridad, sin embargo, antes de llegar a la tala existen muchas medidas que se pueden tomar.

Como buen anciano necesita de un bastón para sostener su peso. Pero la naturaleza es sabia, y se los proporciona: los ficus tienen raíces aéreas, que si se las deja crecer llegan hasta el suelo ayudando a soportar el peso de las ramas.

Y si no encuentra el espacio para ello, existen múltiples soluciones para evitar que cualquier rama cayera sobre alguien, incluso poniéndole unos bastones artificiales, protegiendo la calzada, evitando que las raíces provoquen daños a los edificios… siempre se puede estudiar alguna solución intermedia. Y dando prioridad a la seguridad. Porque el árbol está sano, sólo necesitaba ayuda y un mantenimiento correcto, con podas que no le hagan debilitarse sino todo lo contrario.

Para que eso sea posible y podamos tomar la mejor decisión para todas las partes, es crucial la existencia de grupos multidisciplinares para los informes técnicos que dicten qué ocurrirá con él. Sin ninguna persona experta en flora y fauna, puede que se nos pase por alto esas opciones intermedias. Si se hubieran valorado y no existiera opción, no habría este conflicto puesto que la seguridad está primero.

En el informe publicado aparecen estas palabras:

El espacio urbano se crea para el servicio de las personas no para el de los árboles, lo arboles son complementos de paisaje urbano y es el árbol el que está al servicio del  urbanismo, no puede ser al contrario. Nunca el urbanismo deberá estar al servicio del árbol porque en ese caso habrá perdido su esencia.

Y esto es muy muy triste. Sin ningún tipo de intención de juzgar la profesionalidad de quien redacta el informe, puesto que queda más que clara y no la podríamos poner en duda, estas palabras muestran el claro origen del problema: un árbol no es un complemento del paisaje urbano. Pero tal es la desconexión o incompresión del mundo natural, que hemos acabado entendiéndolo como un mero decorado.

Un árbol además de ser un ser vivo, ofrece servicios ecosistémicos. Estos servicios son ventajas que la naturaleza regala al ser humano: la simple presencia del árbol aporta beneficios. No es una idea bohemia, esto es ciencia. Se puede encontrar multitud de bibliografía relacionada con esto. Sin los servicios ecosistémicos el ser humano tendría muy difícil su supervivencia, por no decir que imposible. Por lo que más bien habría que decir que: sin la esencia del árbol, el ser humano habrá perdido.

Puede parecer exagerado que haya gente movilizándose en estos momentos para ir a parar la tala de un árbol, pero es que ese árbol lleva más tiempo aquí que todos nosotros, cuidando de la fauna, dando oxígeno, sombra, y multitud de servicios ecosistémicos. A su vez, la fauna que puede albergar ofrece más servicios ecosistémicos: se alimentan de mosquitos, controlan así plagas, dispersan semillas, polinizan…

Y esto sólo la parte que vemos, ¡imaginad todo lo que ocurre en las raíces! Raíces que atraviesan y probablemente estén más allá Pagés del Corro. Sosteniendo no sólo el árbol sino ese suelo. Caminamos sobre ellas y el microhábitat que generan y trabaja, aunque no seamos capaces de verlo. Así la ciudad sigue funcionando como un ecosistema que se ha amoldado a las necesidades del ser humano.

¿Habéis pasado por delante de ese árbol? ¿Habéis escuchado cómo suena? O sonaba. Sólo eso, sólo la presencia de naturaleza en las calles aporta beneficios al ser humano. Además de ser parte del imaginario del barrio, por la biofilia, el ser humano necesita el contacto con la naturaleza. De nuevo esto no es una idea bohemia, es ciencia.  Al talar el árbol no sólo estamos interviniendo en el árbol, sino en todos los habitantes que lo ocupaban. Aves e invertebrados que dependían de él. Hasta el momento no conocemos ningún estudio del impacto en la fauna que va a suponer la desaparición de este árbol. O si se ha estado llevando a cabo una revisión de nidos de aves que habitaran en el árbol. Al menos hoy no hemos visto que se hiciera.

De hecho, los ficus, gracias a sus grandes ramas y hojas, y a esos recovecos que van dejando raíces aéreas, son refugio para muchísima fauna. Incluso los nóctulos gigantes, esa especie de murciélago que tanto deberíamos estar protegiendo, los pueden usar de refugio. Cuando quitamos un árbol de tal envergadura estamos quitando una gran pieza del ecosistema.

Nos enfrentamos a un cambio global, con un cambio climático que ahoga en olas de calor a Sevilla. Deberíamos estar llenando las calles de masa vegetal, protegiendo cada hierbita, bajando los grados de las calles. Aprendiendo de lo que la naturaleza hace por sí misma y dejando de dar tanta ventaja al asfalto.

En un momento tan crucial de la Agenda 2030, reforestar la propia ciudad es una medida que no es cuestión de opiniones sino de responsabilidad para el propio ser humano durante los próximos años. Las ciudades del futuro tienen que ser verdes. No podemos defender una Sevilla verde, ni que se está trabajando en un plan para cumplir con esta Agenda 2030, si no somos capaces de mantener a un vecino como el árbol de San Jacinto. Quienes habitamos la ciudad podemos poner nuestro granito de arena, pero está en mano de las administraciones cumplir con estos objetivos.

Hoy hemos estado allí, viendo como iban retirándolo. No podemos hablar por todo el barrio de Triana, pero sí os podemos asegurar que cada persona que pasaba por allí sólo podía decir “qué pena”, o incluso “esto es un sacrilegio”.

Esta vez ha sido un anciano centenario, y de alguna forma sobrecoge especialmente,  pero todos los días se talan árboles, sin que nadie llore su pérdida o les eche en falta hasta que buscamos una sombra en verano. Nos quedamos al menos con una última enseñanza de un anciano que ha sido capaz de reunir a quienes viven en el barrio, ecologistas, personas que se iban sumando a la causa, policía, bomberos, y a la prensa: cuando nos paramos y observamos qué sucede con el patrimonio natural, cuando optamos por defender la naturaleza que tenemos más cerca, podemos conseguir que al menos se ponga el foco en ella. Ojalá la próxima vez consigamos poner el foco antes para conseguir protegerla si queremos protegernos a nosotros.

Nos hemos quedado con un par de hojas, para que nos recuerden que cada habitante del ecosistema cuenta. En la ciudad también.